Argentina sin cenizas. Parte V

El martes, 19 de julio, dejamos Salta “La linda” y nos dirigimos hacia Tilcara. El primer tramo de la carretera que nos lleva a nuestro destino se presenta complicado, cada vez se estrecha más y, en ocasiones, es preciso detenerse para ceder el paso al que viene de frente, ya que el ancho de la vía no es suficiente para que se crucen dos vehículos.

El día amanece nublado, pero quizás esa niebla embellezca aún más, si es que es posible, el paisaje que divisamos desde nuestra camioneta. En nuestro camino no podemos evitar hacer una primera parada para fotografiar a uno de los animales más famosos de esta tierra: la vaca. Detenemos la camioneta a un lado de la vía y captamos con nuestras cámaras la imagen de dos de ellas, antes de que las pobres, asustadas por nuestra presencia, decidan elegir otro lugar para pastar.

Optamos por comer en un pequeño pueblo llamado Maimará y, en concreto, en “La casa del Tata”, una hostería de la localidad que cuenta con restaurante. Allí probamos el bife y el estofado de llama. Muy a nuestro pesar el servicio del local deja bastante que desear, ya sea por la escasez de personal o por la cantidad de clientes, la lentitud del servicio en ocasiones llega a desesperar.

El entorno de Maimará se caracteriza por su belleza, el cerro se levanta ante ella adoptando varios colores que captan la atención de los visitantes.

Seguimos nuestro recorrido y llegamos a Tilcara, un pueblo que respeta también el estilo de las poblaciones de la zona, con gran cantidad de casas de adobe que tienen tan solo una altura. Las montañas se levantan majestuosas tras esta localidad ubicada en plena Quebrada de Humauaca, que alberga un importante asentamiento que los primitivos humauacas construyeron a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar y que se conoce como Pucará.

Llegamos con la camioneta hasta el pie de la montaña y allí dejamos nuestro vehículo al cuidado de Eduardo, un niño de unos siete u ocho años que se gana la vida vigilando los coches de los turistas y recitando poesías a cambio de pocos pesos.

En el ascenso a la montaña nos acompaña el desapacible viento que agudiza la sensación de frío y nos recuerda con crudeza que Argentina vive su invierno, aunque no nos lo haya parecido la mayor parte de los anteriores días. Desde lo alto se contemplan paisajes impactantes y cuesta encontrar el fin de tanta inmensidad.

En Tilcara nos alojamos en “El refugio del pintor”, un agradable establecimiento que nos hace sentir como en casa, permitiéndonos calentarnos al fuego de su chimenea cuando en el exterior las temperaturas descienden hasta bajo cero.

Al día siguiente, nos desplazamos hasta Humahumauca, localidad ubicada a 3.000 metros de altitud, que sigue los cánones de los pueblos anteriores, con construcciones bajas y de adobe. El Monumento a los Héroes de la Independencia se encuentra en uno de los puntos más altos de la localidad y es fácil verlo desde cualquier punto de ella.

Cuando llegas a Humahuaca, enseguida se acerca a ti alguna de las señoras que venden paquetitos de hoja de coca por cinco pesos para que utilices el mismo remedio que ellos para combatir el mal de altura: colocar varias hojitas de coca a un lado de la boca y formar un bolo para extraer de ellas las sustancias activas. No es extraño, por tanto, entablar conversación con más de un lugareño que tiene alguno de los lados de la cara abultados y al que cuesta entender.

En Humahuaca nos sorprende una tormenta de arena que nos va a acompañar hasta la siguiente localidad que visitamos (Purmamarca) y nubla las maravillosas vistas de las imponentes montañas de la zona. Aquí probamos un día más las empanadas típicas argentinas, esta vez de carne, y aprovechamos para fotografiar el conocido como cerro de los siete colores, ya que desde esta localidad se tienen las mejores vistas de esta maravilla de la naturaleza.

Terminamos el día en Salta. Allí visitamos su Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM), cuya entrada tiene un precio de 30 pesos argentinos, más o menos 5 euros. El centro se creó con los restos de la cultura inca que se encontraron en una expedición organizada a las cumbres del volcán Llullaillaco, en la provincia de Salta. Lo que podríamos calificar como «la joya de la corona» o, mejor dicho, «las joyas», son las tres momias que alberga este Museo y que fueron rescatadas en esa expedición en la que tomaron parte científicos norteamericanos, argentinos y peruanos. El volcán Llullaillaco guardaba en sus nevadas cumbres, a 6700 metros sobre el nivel del mar, tres niños incas, protagonistas de la capacocha, ceremonia en la que eran ofrendados para intermediar entre el pueblo y los dioses.

Gracias a un complejo sistema de conservación, el Museo de Arqueología de Salta nos brinda la oportunidad de ver esos cuerpos como si el tiempo se hubiese parado hace 500 años, ya que en ellos aún podemos ver sus principales rasgos, la expresión con la que se despidieron de este mundo y tanto su ropa como los adornos que les acompañaban en ese momento. La necesidad de mantener ese complejo sistema del que hablábamos hace que sea imposible exponer los tres cuerpos al mismo tiempo, por lo que a no ser que realicemos varias visitas distanciadas en el tiempo, solo podremos ver a uno de los tres pequeños: la doncella, la niña del Rayo o el niño.

Si deciden visitarlo, tengan en cuenta también que, además de a estos tres pequeños, podrán contemplar a la conocida como Reina del Cerro. Esta última corrió peor suerte, ya que sus restos fueron robados y pasaron de mano en mano hasta que llegaron al Museo. Ahora se expone de una forma cuanto menos curiosa y, sobre todo, sorprendente, que no desvelaré en estas líneas. Tan solo, déjenme que les haga una recomendación: vayan atentos a las indicaciones y preparados para llevarse un pequeño susto.