Salimos del Aeropuerto de Barajas rumbo a Zagreb. Nuestro viaje consta de dos partes, la primera, de algo menos de tres horas, nos lleva hasta Praga y allí tomamos otro vuelo que nos lleva hasta la capital de Croacia. Muy a nuestro pesar, el segundo de los vuelos despega con media hora de retraso. El avión, el más pequeño en el que hemos montado y con apenas 16 pasajeros a bordo, tiene “problemas de comunicación”. Así nos lo explica el piloto, una explicación que poco nos aclara y que deja bastante trabajo a la imaginación… Solucionado ese pequeño percance, tomamos altura y una hora y media después aterrizamos en Zagreb.
El aeropuerto de Zagreb es pequeño, solo una salida para las llegadas y en la misma puerta un autobús espera tras cada vuelo a los pasajeros que acaban de aterrizar. El trayecto hasta la estación de autobuses de Zagreb dura aproximadamente 25 minutos y cuesta 30 kunas croatas (al cambiar euros por kunas en el aeropuerto la equivalencia es de 1€ = 7,44 kn).
La capital de Croacia tiene algo más de 700.000 habitantes. Las edificios de las afueras no resultan nada atractivos para el visitante, pero a medida que nos aproximamos al centro, la ciudad nos va ofreciendo construcciones cada vez más llamativas y parques que en esta época del año presentan sus mejores galas: árboles vestidos de amarillo, rojo, verde… y otros que directamente han decidido desprenderse de sus hojas y cubren el césped con ellas.
Zagreb nos recibe con 6/7 grados, no es poco, pero la humedad supera el 90% y la sensación es de muuucho frío. Es una de las desventajas de viajar en noviembre, ésa y el hecho de que antes de las cinco de la tarde el día se marche y la noche cerrada cubra la ciudad. Pero viajar en noviembre también tiene grandes ventajas: disfrutar de un hotel totalmente reformado junto a la plaza principal por un precio muy asequible (Hotel Jägerhorn), visitar el Museo Petrovic con un guía que explica la vida del jugador solo para ti y, por supuesto, conocer la ciudad en estado puro.
De Zagreb, nos quedamos sobre todo con su parte antigua, donde encontramos la impresionante Iglesia de San Marcos, que nos dejará con la boca abierta. No hay que dejar de recorrer sus callejuelas y acercarse, cómo no, a la Catedral de San Esteban.
El jueves a mediodía tomamos de nuevo un avión que nos llevará hasta Dubrovnik. Poco tiene que envidiar al que nos llevó desde Praga hasta Zagreb, aunque esta vez tenemos algo más de 16 compañeros de viaje. El viaje es corto, algo menos de una hora y las vistas desde nuestro pequeño avión impresionan. Desde lo alto, Dubrovnik parece una ciudad única, un pedacito de otra época que continúa intacto y que pide a gritos una visita.