En Dubrovnik nos alojamos en el casco histórico, en unos apartamentos llamados “Placa”, que encontramos a través de la web de Booking. Su ubicación es inmejorable: en una de las plazas más conocidas de la ciudad, donde todas las mañanas se instala un pequeño mercado de frutas y verduras que se conoce como “Green Market”. En la parte antigua de la ciudad no pueden entrar coches, todas las mercancías se trasladan en carretillas o pequeños carros que nos sirven como despertador todas las mañanas que amanecemos en Dubrovnik.
En la ciudad viven algo más de 40.000 personas. Su principal fuente de ingresos es el turismo y, sobre todo, los turistas que llegan en los numerosos cruceros que hacen parada en su puerto. De hecho, llama poderosamente la atención observar cómo sus calles se llenan de gente cuando los grandes barcos amarran y cómo de repente se vacían cuando termina el tiempo que conceden para la visita a la ciudad.
Aunque llegamos el jueves por la tarde a Dubrovnik, preferimos dedicar el siguiente día a conocer alguna de las ciudades cercanas y nos decantamos por Mostar. Paseando por la ciudad croata vemos una agencia que organiza excursiones para pequeños grupos y ésa que elegimos es una de las propuestas. Por 390 kunas (52,4 euros), un conductor que también será nuestro guía, de nombre Branko, nos lleva en su coche a nosotras dos solas a Mostar y allí nos explica todo lo oficial y extraoficial que se puede contar sobre la ciudad.
Branco tiene 60 años, ha vivido en primera persona el conflicto de los Balcanes y le brillan los ojos cuando nos habla de él. Al llegar a Mostar no puedes evitar que se te ponga la piel de gallina cuando a tu paso te encuentras con edificios que presentan aún las marcas que deja una guerra de esa envergadura.
Sin embargo, es curioso ver cómo la parte antigua de la ciudad ha sido reconstruida en un tiempo récord. Revisamos algunos de los libros que están a la venta en las tiendas de souvenirs y vemos con asombro el estado en el que quedaron las casas que ahora en forma de restaurantes reciben a los turistas. Y es que el casco histórico de Mostar fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y, gracias a ese reconocimiento, recibió la ayuda necesaria para acometer con rapidez los trabajos que le han permitido recuperar su estado anterior.
Entre todas las construcciones levantadas en piedra, se presenta majestuoso el puente que se ha convertido en símbolo de la ciudad. En plena guerra, concretamente en 1993, el puente se derrumbó completamente debido a los ataques recibidos (este enlace expone con claridad la magnitud de los hechos). Cuesta creerlo, pero ahora, dieciocho años después, podemos contemplarlo en su plenitud, mostrando sus mejores galas a todos los que se acercan hasta allí.
Después de estar en Mostar, podemos decir que hay allí dos ciudades claramente diferenciadas: la Mostar de la parte antigua, que ha resurgido de sus cenizas a toda velocidad y que pretende olvidarse del triste tiempo pasado; y la Mostar que camina más lentamente, en la que es inevitable encontrarse con los restos del combate.
Dejamos Mostar y regresamos a Dubrovnik. De vuelta, nuestro conductor y guía nos lleva a comer a un restaurante en Mogorjelo, un restaurante más que curioso ya que alberga en su jardín una ciudad romana.
Y no nos olvidamos de la parada que realizamos en Pocitelj, una localidad donde podemos admirar construcciones de estilo oriental que datan del siglo XV.
Pronto, antes de las cinco, vuelve a anochecer. Llegamos a Dubrovnik y acordamos con Branko volver a viajar al día siguiente. Esta vez, nos espera Montenegro.