Porque no es necesario tomar un avión para conocer las maravillas de este mundo nuestro, este fin de semana de mediados de enero optamos por el Suroeste de Castilla-La Mancha.
A tres horas en coche de Mérida, se encuentra Daimiel, en la provincia de Ciudad Real. Allí llegamos un viernes por la noche con la idea de disfrutar al máximo del Parque Nacional de las Tablas. La primera noche la pasamos en la Casa Rural Virgen de las Cruces. Por solo 30 euros, tenemos una habitación triple con baño incorporado, en la que no falta detalle. La Casa está situada a las afueras de Daimiel, en una urbanización nueva y cerca de la carretera que nos lleva al Parque, así que no hay pérdida para llegar a nuestro destino.
Una vez en el Centro de Interpretación (hay que tener cuidado porque el Navegador puede proponernos que nos desviemos antes por un camino poco recomendable), comenzamos a caminar por una de las Rutas que se encuentran perfectamente señalizadas desde la entrada. Toda la información sobre los caminos que se pueden recorrer, así como las rutas que se realizan con guía podéis consultarla en la web del Parque.
A grandes rasgos, os podemos contar que hay tres rutas: una amarilla, una azul y una roja, todas de dificultad baja. La más conocida es la amarilla, también llamada «Itinerario de la Isla del Pan». A través de ella, podremos recorrer las pasarelas de madera que conectan unas islas con otras y llegar hasta los observatorios de aves, y con un poco de suerte, avistar alguna de ellas.
El paisaje que tenemos ante nosotros es impresionante, capaz de volver locas a nuestras cámaras. Durante una intensa mañana, hay tiempo suficiente para recorrer todos los caminos y llevarse un cargamento de instantáneas dignas de enmarcar.
Pasamos el día en el Parque Nacional de las Tablas y por la tarde partimos camino de Almagro, que se encuentra a prácticamente tres cuartos de hora de allí. En este bonito pueblo nos alojamos en un hostal llamado «Los Escudos», donde pagamos 65 euros por la habitación triple.
Con el cielo ya oscuro, decidimos dar un paseo y acercarnos al Parador, que ocupa el antiguo Convento de Santa Catalina. Merece la pena aunque solo sea tomar un café y recorrer su interior.
Para cenar elegimos uno de los bares que hay en los soportales de la preciosa plaza de Almagro. En cualquiera de ellos podemos probar lo más típico de esta tierra, que como suele ocurrir en este país, nunca defrauda. Desde el queso manchego hasta el asadillo, sin olvidarnos, por supuesto, de las famosas berenjenas que llevan el nombre de este pueblo.
El último día de nuestro viaje lo dedicamos a conocer con detenimiento Almagro. Comenzamos por el Corral de Comedias, un teatro entrañable que tenemos la enorme suerte de disfrutarlo solo para nosotras. Con la ayuda de la audioguía que nos dan a la entrada, es fácil trasladarse a otro tiempo e imaginarse cómo se vivía allí este arte. Tenemos pendiente, eso sí, una visita veraniega al Festival de Teatro de esta localidad.
Además del Corral, visitamos también el Museo del Teatro, el Palacio de los Fúcares y otro edificio que nos sorprende muy gratamente: la Iglesia de San Agustín, un espacio lleno de obras de arte que conocemos a fondo gracias a la visita guiada que nos ofrecen y que está incluida en el precio de la entrada (1,5 euros).
Y después de cargar las pilas con raciones típicas, al sol que nos acompaña en la Plaza de Almagro, cargamos también las bolsas de productos de esta tierra y nos dirigimos a visitar el Sacro Convento y Castillo de Calatrava La Nueva. Un monumento espectacular en un emplazamiento privilegiado, que se encuentra en el término municipal de Aldea del Rey, a pocos minutos de Almagro. Fue el lugar elegido por la Orden de Calatrava para situar su sede principal. Aquí encontramos varias divisiones: la primera y segunda muralla, el Convento, el Refectorio, el aljibe… Visita, sin duda, muy recomendable.