Norte de Italia. Parte II

El jueves por la noche llegamos a la estación de tren de Bérgamo. A apenas diez minutos de allí se encuentra nuestro nuevo alojamiento, en este caso, un piso que compartimos con una familia noruega (padres e hijo). Es un B & B llamado Mirabell (267 euros en total las tres noches a lo que hay que sumar los impuestos que en este caso fueron 18 euros) pero no responde a lo que habitualmente conocemos como alojamiento de “cama y desayuno”. Lo reservamos a través de Booking, pero no nos explicaron en esta web que se trataba de un piso de dos habitaciones que debemos compartir con otras personas y en el que el desayuno se encuentra de forma permanente en la cocina, por lo que debemos confiar en la buena fe de nuestros compañeros de piso y en su escaso apetito para que el litro de leche que la casera deja en el frigorífico cada día baste para que los seis inquilinos podamos desayunar. Ésta y otras ocurrencias de la dueña del piso hacen que no coloquemos este alojamiento entre los recomendados por las que escriben estas líneas.

No hubo suerte con el B & B pero sí con la decisión de visitar Bérgamo, localidad poco conocida, pero que bien merece que nos detengamos en ella. Aquí encontramos dos partes claramente diferenciadas, separadas por dos alturas: la parte baja, donde están los edificios más modernos, y la parte alta, a la que podemos acceder en funicular (ida y vuelta: 5 euros). La Città Alta nos ofrece un paseo muy agradable a través de sus calles estrechas, llenas de tiendas y restaurantes. No podemos dejar de visitar el Duomo y la Basílica de Santa María la Mayor (ambos edificios con visita gratuita). Andando, andando, llegas a perder la noción del tiempo y el espacio, y si te descuidas, puedes descender hasta la parte baja en pocos minutos sin mucho esfuerzo.

Nosotras tenemos la gran suerte de contar con la compañía de un tiempo para el que el calificativo bueno se queda corto, hace un tiempo espléndido, se superan los veinte grados y da gusto recorrer la ciudad. Así lo hacemos hasta poco después del mediodía del viernes cuando tomamos un tren para visitar Milán.

El billete a Milán es barato, cuesta alrededor de cinco euros y el viaje dura solo 50 minutos, de hecho, no son pocos los habitantes de Bérgamo que toman el tren cada día para ir a trabajar a esa gran ciudad. Llegamos a la Estación Central y, una vez allí, tomamos el metro para llegar a la plaza del Duomo. No tenemos demasiado tiempo y movernos en transporte público es la forma más rápida de llegar a nuestro destino. Son solo cuatro paradas y el billete para un solo trayecto cuesta 1,50 euros. Llegados a este punto, tenemos que hacer una recomendación: mucho cuidado al comprar el billete en la parada de Metro de Estación Central porque antes de que nos demos cuenta, estaremos rodeados por más de un personaje con ganas de llevarse lo que no es suyo, y decir “rodeados” es ser demasiado delicados porque sería mucho más acertado describirlo como “acosados”. Suerte que vamos tres y cada una vigila un flanco de la máquina. Billete en mano, toca inspeccionar el mapa del metro y elegir línea.

La parada de metro más cercana a la catedral es, como no podía ser de otra forma, la que lleva por nombre “Duomo”. A la salida, impacta subir las escaleras que llevan a la Plaza de la catedral y encontrarte de frente con ese espectacular edificio que ahora, después de unos trabajos de limpieza que han durado varios años, luce su mejor cara.

La entrada al Duomo de Milán es gratuita. Para acceder, solo tenemos que hacer una pequeña cola, enseñar  nuestro bolso o mochila a los policías de la puerta principal y, eso sí, cubrirnos los hombros o las piernas si llevamos ropa veraniega.

Después de ver la catedral, tenemos una cita obligada con la parte superior de este edificio. Los tickets para subir en ascensor cuestan 10 euros por persona y se compran en una tienda que se encuentra detrás de la catedral. Se puede subir también por las escaleras, previo pago de 6 euros, pero llegados a estas alturas pagamos con mucho gusto esos 10 euros.

Recorrer esta parte de la catedral es una experiencia increíble. Verla desde abajo te deja con la boca abierta, pero hacerlo desde arriba es mágico, tanto que se te pasa el tiempo sin enterarte y, cuando miramos el reloj, nos damos cuenta de que tenemos que dejar las alturas si queremos seguir visitando otros edificios de esta gran ciudad. La Galería de Vittorio Emanuele, el Teatro de la Scala o el Castello nos esperan.

Conseguimos nuestro objetivo e incluso tenemos tiempo para cumplir una de las tradiciones milanesas: dar varias vueltas pivotando sobre un pie que se mantiene apoyado en las partes íntimas del toro que adorna la zona central de la Galería de Vittorio Emanuele. Si nos detenemos allí unos minutos, veremos cómo no son pocos los que quieren seguir las costumbres. Dicen que da buena suerte… y por lo menos en este viaje no nos faltó.