Empezamos esta tercera parte como acabamos la anterior, hablando del encanto de Riga. La capital de Letonia está muy viva, tanto de día como de noche. Nosotros llegamos a la hora de la cena y, a esas alturas del día, las calles están llenas de gente, gente que pasea por el centro, que se sienta en las terrazas y que decide alargar su estancia en ellas para disfrutar de las actuaciones musicales en directo que acogen una gran parte de los restaurantes y pubs de la zona.
Si hablamos de dinero, tenemos que decir que en Riga los precios suben considerablemente en relación con los que encontramos en Vilnius. Así, la cena que antes no llegaba a los 10 euros, aquí supera los 15. Además, hay que estar atentos a la hora de hacer los cálculos porque nos da la impresión de que el valor de lats y euros se aproxima, pero en realidad, las cantidades aumentan considerablemente cuando buscamos las equivalencias.
Durante el día, nuestra visita a la ciudad de Riga comienza en el mercado, que poco se parece a los que estamos acostumbrados a ver en las ciudades españolas. Éste tiene unas dimensiones descomunales y nos recuerda más bien a los grandes almacenes de productos alimenticios desde los que se distribuye la comida en nuestro país. En total, unas cuatro naves gigantescas, cada una dedicada a una familia de productos, surten a los más de 650.000 habitantes de la capital letona.
Junto al mercado, se levanta majestuoso un edificio de arquitectura soviética que, como tal, destaca por sus tonos oscuros, sus líneas rectas, en definitiva, por su sobriedad.
En el centro de Riga, tenemos que detenernos frente al Ayuntamiento, visitar la Catedral, la Iglesia de San Pedro y pasear a nuestro aire por sus calles, porque más de una nos sorprenderá con buenos ejemplos de arte al aire libre.
La capital letona es también un gran exponente del Art Nouveau. La mayoría de los edificios que se crearon siguiendo esta tendencia acogen hoy en día embajadas. El más imponente es, sin duda, el que alberga la embajada de Rusia, muestra de la enorme influencia que aún tiene ese país sobre Letonia. De hecho, es curioso comprobar cómo lituanos, letones y estonios, habitantes de los tres países bálticos ex-miembros de la URSS utilizan el ruso para entenderse entre ellos porque sus respectivas lenguas nacionales son muy diferentes entre sí.
Aprovechamos nuestra estancia en esta ciudad para acercarnos a la playa más famosa del país, la de Jürmala. Sin embargo, en esta localidad lo que más nos llama la atención no es su playa sino sus casas. A ambos lados de las calles nos encontramos con impresionantes casas de madera, la mayoría de las cuales son mansiones del siglo XIX que han sido rehabilitadas y ahora pertenecen a rusos que llegan a Jürmala para pasar sus vacaciones de verano. Aquí, nos cuentan, tienen casa conocidos cantantes rusos y millonarios poderosos, como Román Abramóvich (propietario del Chelsea, entre otras dedicaciones).
Con la boca abierta después de admirar esas magníficas casas, queremos también pisar la arena de la playa de esta ciudad y, ya que estamos, mojarnos los pies en el Mar Báltico. Este mar nos sorprende por sus innumerables peculiaridades, pero nos limitamos a hablar solo de dos. Por un lado, el nivel del agua cuando nos metemos apenas llega hasta nuestras rodillas y puede mantenerse así unos 150 o 200 metros más por lo que es un lugar ideal para ir con niños.
Por otro lado, nos resulta llamativo algo que no podemos comprobar, pero de lo que nos informan los que viven aquí todo el año y es que en invierno, el agua se hiela de modo que los coches pueden desplazarse sobre el mismo mar.
Ya lo dijimos, los días aquí en verano son largos, tanto que apenas hay tres o cuatro horas de oscuridad total, pero eso no influye en nuestro cuerpo, que pide descansar, por eso, hasta aquí esta tercera parte. Mañana será otro día…