El título que hemos elegido para esta entrada del blog puede resultar bastante contradictorio, ya que nuestra intención a lo largo de las siguientes líneas es adentrarnos en un pueblo que hace años tuvo que ser desalojado. Sin embargo, basta honrarle con nuestra visita para darnos cuenta de que en estos momentos sigue más vivo que nunca. Es cierto que fuera de los horarios de visita, un gran portón lo deja aislado, pero cuando está abierto a la llegada de turistas, sus calles son un continuo discurrir de pasos de personas que observan admiradas ese llamativo contraste entre lo que fue y lo que ahora es esta pequeña localidad del Norte de Extremadura.
Casas derruídas conviven con coquetas construcciones que han ido levantando con el paso de los años los participantes en los programas de rehabilitación de pueblos abandonados. Y no nos olvidamos de su castillo. Por él parece que no han pasado los años y majestuoso nos da la bienvenida desde la entrada.
Para llegar hasta nuestro destino, nos dirigimos hacia Zarza de Granadilla y desde allí, tomamos una carretera con un tramo bastante difícil, que pide a gritos un arreglo urgente. Pero conduciendo con atención se supera sin problema y pronto alcanzamos nuestro objetivo. Allí nos recibe junto al castillo el siguiente cartel dispuesto a explicarnos la historia de Granadilla:
Con la lección aprendida, no queda más que disfrutar de este bello pueblo que además nos ofrece unas vistas espectaculares.