Empezamos esta jornada de forma diferente. Gracias a la intermediación de uno de los recepcionistas de nuestro hotel, alquilamos un coche que nos permitirá llegar hasta esos pueblos que no es fácil visitar en tren. La red de ferrocarril es muy extensa, pero cuando se dispone de poco tiempo, combinar diferentes trenes puede resultar muy complicado.
Una de las personas que trabajan en la empresa de alquiler viene a recogernos a la puerta de nuestro hotel y nos lleva al despacho donde gestionamos los papeles del seguro. Por solo 50 euros al día tenemos nuestro Lancia Ypsilon blanco reluciente, que puede desplazarse tanto a base de gas como de gasolina, y que se convierte en nuestro fiel compañero durante dos intensos días. El único inconveniente es que no tenemos navegador y debemos guiarnos por nuestra intuición y las señalizaciones que a veces se esconden más de lo que nos gustaría. Pero está claro que no hay nada que la ilusión no pueda superar y, en poco tiempo, conseguimos tomar la carretera adecuada y emprender el camino que nos llevará hasta nuestros destinos, el primero de este día: Cisternino, un pueblecito blanco que, aunque a priori no parece gran cosa, a medida que caminamos nos va mostrando callejuelas con mucho encanto adornadas, cómo no, con flores.
Después, llegaremos a Locorotondo, una pequeña localidad que, además de tener un nombre curioso, tiene también unos habitantes que derrochan simpatía. En la mayoría de los pueblos que visitamos hay que dejar el coche en zona azul y pagar el ticket correspondiente, sin embargo, en Locorotondo encontramos un parking muy céntrico en el que dejamos nuestro Lancia sin gastar un euro.
Tras llenar nuestras botellas en una fuente y conversar con algunos vecinos, entramos en la parte más turística de Locorotondo. De nuevo, da la sensación de que nos metemos de lleno en el decorado de una película, una película en la que el blanco de la cal y el ocre de la piedra cubren las viviendas. Todo parece cuidado con detalle: fachadas con dibujos y otras cubiertas con frases de famosos escritores, macetas con flores de mil colores… hasta la numeración de las casas muestra su cara más sofisticada y alegre.
Y de Locorotondo a Martina Franca, donde paramos a comer a una hora poco apropiada para estas tierras, pero parece que, por muchos días que pasen, nuestro estómago no quiere adaptarse a las costumbres italianas. Aún así, encontramos sin problema un lugar en el centro de este pueblo donde nos sirven unas completas ensaladas, que nos hacen desconectar por un día de nuestras queridas, aunque a veces demasiado consistentes, pasta y pizza.
Tras Martina Franca, nos dirigimos a Alberobello, un pueblo con un encanto especial. Es cierto que a menudo tendemos a utilizar ese calificativo, pero sin duda, éste se lo ha ganado a pulso. Como si de las muñecas rusas se tratara, dentro de una localidad que a priori parece una más, encontramos otra formada por las construcciones típicas de la zona conocidas como Trulli. Si tuviéramos que definirlas podríamos decir que se asemejan a cabañas con tejados de piedra que acaban en punta. Son pequeñas, pero en ellas no falta detalle, de hecho, la mayoría tiene algún dibujo en la parte superior que la hace diferente. Algunos de estos Trulli se pueden visitar, al igual que la iglesia, que se encuentra en la parte alta. Su encanto es tal que, en el año 1996, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Para visitar la zona más turística de Alberobello nos ofrecen la posibilidad de dejar el coche en una de las zonas preparadas como aparcamientos. Ésta es una de las localidades más turísticas de Puglia por lo que está todo muy bien preparado para recibir a los visitantes.
Por último, el programa de visitas previsto para esta jornada finaliza en Polignano a Mare, que nos recibe desbordado de gente. Es una localidad costera y, en pleno mes de julio, no se podía esperar otra cosa. Así que optamos por dejar nuestro coche en otra zona de aparcamientos de pago (ticket de la hora) y comenzamos a andar, con tanta suerte que pocos metros después nos topamos con una de las joyas de la corona de Polignano a Mare, una pequeña cala desde la que se tiene una hermosa panorámica de los edificios construidos sobre la roca.
Poco a poco la luz nos va dejando, así que decidimos volver al coche y emprender el viaje de vuelta. No cabe duda de que ha sido un día muy bien aprovechado y va llegando la hora de descansar.