Si tuviéramos que ponerle un título a esta jornada que comenzamos, sería «El día de las mil cascadas». Subimos a nuestro autobús dispuestos a seguir empapándonos de la esencia de este hermoso país y, una vez en nuestros asientos, escuchamos con atención toda la información que nos da nuestra guía, una tarea que a veces se complica, ya que se nota el cansancio de la jornada anterior y los párpados no siempre responden a nuestras órdenes. Aún así, es curioso escuchar cómo la mayoría de las carreteras de esta zona de Noruega tienen limitada la velocidad a 60 km/h, algo necesario si se tiene en cuenta que son vías que transcurren por montañas, junto a lagos y fiordos, y en las que en ocasiones hay que esquivar a los vehículos que vienen de frente.
Para entender mejor la llamativa distribución del terreno en esta parte del país, será de gran utilidad fijarnos en el siguiente mapa:
Atendiendo a esta imagen, diremos que nuestro viaje se desarrolla por la parte de la izquierda, donde pueden apreciarse con claridad las curiosas formas que describen los fiordos, esos «ríos» de agua salada que han entrado cubriendo las profundas huellas que dejaron los glaciares en las rocas. Todos estos «recovecos» que vemos en el mapa no hacen nada fácil el desplazamiento de un lugar a otro, y obligan a utilizar más de un medio de transporte para conseguir llegar al destino. Tanto es así, que durante estos días, el ferry se convierte en otro de nuestros mejores amigos, y qué decir también de los túneles, algunos, como los de Rennfast (considerados los más profundos del mundo), nos permiten movernos bajo el agua. Sin duda, una espectacular obra de ingeniería.
Y ya lo decíamos al empezar el relato de esta jornada… el largo y, en ocasiones, todo hay que decirlo, pesado viaje en autobús, se convierte en una grata experiencia gracias a los maravillosos paisajes que vamos descubriendo y, sobre todo, a las impresionantes cascadas que nos saludan desde ambos lados de la carretera. Una de las más espectaculares es la de Langfoss (la primera de las que se pueden ver bajo estas líneas), pero el resto tampoco tiene mucho que envidiarle. Lo mejor es que cada uno juzgue por sí mismo…
En el camino, hacemos una parada para comer en un pueblo llamado Odda. Al igual que la mayoría de los núcleos urbanos de este país, está formado por casas muy dispersas, pero de llamativos colores que piden a gritos una foto.
Nuestro día termina en un hotel de cuento, situado en Eidfjord, un municipio del condado de Hordaland. Las frías aguas del fiordo espantan del baño a más de uno, aunque siempre hay algún valiente que no quiere dejar pasar la oportunidad de probarlas.
Y con las vistas que siguen a estas líneas, despedimos un nuevo día en Noruega… toca coger fuerzas para seguir disfrutando de más sorpresas. Aún falta mucho por conocer.