Dicen que Dios aprieta pero no ahoga, frase que hacemos nuestra tras regresar de este “paseo” por Roma. Su accidentado inicio y final podrían habernos dejado mal sabor de boca, pero preferimos quedarnos con los buenos momentos.
Viernes, 29 de abril de 2016. Nuestro avión de Ryanair, que debería haber despegado desde el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, es cancelado. La noticia nos la comunican pasadas las once de la noche ¿El motivo? Una tormenta eléctrica que impide que despegue cualquier vuelo. La medida es lógica y se agradece porque ningún pasajero desea que pongan su vida en peligro, pero nadie entiende por qué una tormenta que comienza después de las diez de la noche puede anular un vuelo previsto para una hora y media antes.
Lo peor llega después: la falta de información, el anuncio de que reubicarnos en otro vuelo es imposible y el enfado comprensible de otros pasajeros que ven frustradas sus ilusiones.
Finalmente, y tras darle muchas vueltas a la cabeza, decidimos solicitar el reembolso del billete (el de ida y el de vuelta), buscar otro vuelo alternativo por nuestra cuenta, y pasar lo poco que nos queda de noche en el hotel que sí se ofrece a pagarnos la compañía aérea. Aunque perderemos la primera noche de hotel que teníamos reservada en Roma y tendremos que hacer frente a un billete de avión más caro, solo así conseguiremos llegar a nuestro deseado destino.
Sábado, 30 de abril de 2016. A las 8.55h. nuestro «segundo» avión con destino Roma (en ese caso de Iberia) comienza su viaje y puntual llega al Aeropuerto de Fiumicino en torno a las 11:30h. Desde allí, tomamos el Tren Leonardo Express (14 euros/persona), que en treinta minutos, y sin realizar ninguna parada, nos lleva hasta la Estación de Termini. Para llegar al hotel que tenemos reservado (Best Western Globus, en la zona universitaria), debemos ahora coger el Autobús 310.
La dichosa tormenta nos ha robado una noche en Roma, pero la ilusión sigue intacta, así que, sin perder mucho tiempo, nos ponemos en camino para disfrutar de esta hermosa ciudad.
Compramos un bono de transporte de 24 horas (7 euros) y tomamos la línea azul en la parada de Policlínico que nos llevará directas al Coliseo. En Roma solo funcionan dos líneas de Metro: la azul y la roja, aunque tenemos también la posibilidad de desplazarnos en autobús y en tranvía.
En el Coliseo corroboramos que en Roma es imposible sentirse solo. No importa la estación del año en la que visites la capital italiana porque siempre estará repleta de turistas que tuvieron la misma idea que tú.
Como nuestra estancia es corta, planteamos este viaje como un paseo por la ciudad, así que decidimos no esperar la larga fila que rodea el Coliseo y recorrer caminando el entorno de este impresionante monumento. Así, pasamos por el Arco de Constantino, el Foro Romano, seguimos por la Vía dei Fori Imperiali, nos quedamos boquiabiertas con la Columna Traiana y, seguidamente, nos dirigimos por la Via del Corso para buscar un lugar dónde comer.
En «Il Miraggio» nos sirven unas pizzas riquísimas y a buen precio, aunque éste se dispara, como es habitual en esta ciudad, cuando te cobran las bebidas y el «servicio».
Retomamos el paseo y llegamos a la Fontana di Trevi. Allí, cientos de personas se arremolinan para conseguir la mejor foto y, como es tradición, lanzar su moneda al agua.
Volvemos a reponer fuerzas, gracias ahora a un delicioso helado, y continuamos andando, sin conseguir bajar la mirada, fijándonos en las maravillas que nos sorprenden a cada paso. Y así llegamos al Panteón. La fila para visitarlo avanza rápido y no hay que comprar entrada, por lo que en solo unos minutos, estamos admirando esta joya de la arquitectura que se ilumina con luz natural y que nos ofrece cientos de sorpresas en cada uno de sus recovecos.



A pocos metros de allí, se encuentra la Piazza Navona. El colorido de los edificios que la rodean enseguida acapara nuestra atención. Eso y el buen hacer de los artistas que inmortalizan en sus obras a los turistas con ganas de llevarse un bonito recuerdo de Roma.
Y así, poco a poco, va cayendo la noche, y bajo esa tenue luz, nos vamos acercando al Puente de Sant´Angelo, que nos conduce hacia el Castillo del mismo nombre. Después, seguimos por la Via della Conciliazione, que desemboca en la Plaza de San Pedro. Impresionantes vistas nocturnas de las que nos tenemos que despedir porque el frío se empieza a notar y la lluvia hace acto de presencia. Llega la hora de volver al hotel.