Durante este viaje pasamos un día completo en Estrasburgo (Francia). La ciudad merece eso y mucho más si se dispone de tiempo suficiente.
Para tener una primera toma de contacto, es buena idea hacer un recorrido en barco (en el caso de que llueva, se puede tomar uno cubierto). Así, sentados y con la ayuda de los auriculares, podemos conocer, a grandes rasgos, la historia de la ciudad y descubrir uno de los 
principales núcleos turísticos: La Pequeña Francia (La Petit France). Esta peculiar zona, llena de las típicas construcciones alsacianas de mil colores, aisló en su momento a las personas que tenían que ser tratadas de enfermedades venéreas. Por entonces, Estrasburgo era ciudad alemana. Los germanos, en tono despectivo, decidieron bautizar ese barrio como La Pequeña Francia, nombre que ponía de manifiesto las malas relaciones que mantenían con el país vecino.
Sin embargo, lo que surgió fruto del desprecio se ha convertido en la zona más visitada y admirada de la ciudad, capaz de dejar a todo el que la visita con la boca abierta. Tanto a los que han recorrido en barco la zona como a los que la recorren a pie.
Además, el trayecto que podemos hacer por agua nos conducirá a los edificios más alejados del centro, pero de gran importancia en Estrasburgo, como el Parlamento Europeo, con capacidad para 900 parlamentarios.
Tras tomar decenas de fotografías de este hermoso barrio, visitamos la Catedral. Su torre se divisa desde cualquier punto de la ciudad y su gran tamaño exige que le dediquemos mucho tiempo. Entre los elementos más llamativos de su interior, destacamos el reloj que está en un lateral del altar.
Durante nuestra visita a Estrasburgo, tenemos suerte y se celebra un ciclo de proyecciones en el exterior del edificio de la Catedral, concretamente en un lateral. Se trata de un magnífico juego de luz y sonido que congrega a cientos de personas, que durante un cuarto de hora consiguen soñar despiertos.
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