Comenzamos la quinta parte de este relato en Nagano, ciudad de alrededor de 400.000 habitantes y capital de la Prefectura que lleva su nombre. Es conocida como «el techo de Japón» porque se encuentra en una zona montañosa, de hecho, acogió los Juegos Olímpicos de Invierno de 1998, un acontecimiento que le dio relevancia internacional. Escaladores, esquiadores y amantes de la naturaleza visitan esta ciudad y su entorno, donde dicen que se respira el aire más limpio de Japón.
Nagano está ubicada en el centro del país nipón, a poco más de una hora y media de Tokio (si nos desplazamos utilizando el JR Pass) y a una hora de Osaka.
Durante nuestra breve estancia en esta ciudad, conocemos el Templo Budista Zenkoji, que fue fundado en el siglo VII (el edificio principal tuvo que ser reconstruido en 1707) y que se ha convertido en uno de los más visitados de Japón. Cuentan que alberga en su interior la primera estatua de Buda que llegó al país. Al parecer, solo los monjes que la custodian la han visto. El resto debe conformarse con admirar una copia que se muestra cada seis años. Los interesados en contemplarla ya pueden ir haciendo un hueco en su agenda para el año 2021.
Para llegar al Templo hay que recorrer una calle llena de tiendas. Antes de llegar al edificio principal, recomendamos llevar los ojos bien abiertos para no perder detalle de las impresionantes estatuas que encontraremos a nuestro paso, ya sean los enormes guardianes que custodian el recinto (ante los que los peregrinos cuelgan sus alpargatas), como las seis imágenes distintas de Buda.
Nos ponemos de nuevo en marcha y nos dirigimos hasta Matsuhiro, antigua ciudad castillo que nos permite disfrutar, una vez más, de los cuidados jardines japoneses.
La siguiente parada la hacemos en Unno-Juku, localidad levantada en 1625 (durante la era Edo) como estación de correos, ya que conectaba las carreteras de Nakasendo y Hokurikudo. Con el paso de los años, ha sido designada una de las 100 mejores ciudades dormitorio de Japón y un distrito de importante preservación de edificios Histórico-Tradicionales porque en ella conviven en armonía edificios de la era Edo y de la era Meiji.
Según nos explican, Unno-Juku fue en su día un importante lugar de descanso para aquéllos que iban a visitar el Templo de Zenkoji, los transportistas de mercancías y los señores feudales.
Dejamos esta ciudad y emprendemos el camino que nos va a llevar hasta Tokio. Siguiendo el programa marcado, la noche la pasaremos en la capital de Japón. Antes, volvemos a hacer una nueva parada, ésta vez para comer, y no de cualquier forma, en esta ocasión disfrutamos de un delicioso almuerzo compuesto por diversos tipos de carne y verduras a la parrilla, que tendremos que preparar nosotros mismos.
Llegados a este punto, sería conveniente hablar de uno de los productos más famosos y valorados de Japón: la carne de Kobe. De ella mucho se ha hablado y escrito, y aún así, sigue habiendo gran confusión. Los que no dominamos este tema, nos quedamos con varias afirmaciones que leemos en diferentes artículos especializados: la primera, que el precio de la verdadera carne de Kobe puede situarse entre los 600 y los 800€/kg.; y la segunda, que la carne de Kobe es Wagyu, pero no cualquier res de raza Wagyu es carne de Kobe. Y es que, de forma errónea, se tiende a considerar que ambos tipos de carne son similares, sin embargo, si la res no ha nacido y no se ha criado en la prefectura de Hyogo, no es de raza pura y no ha sido sacrificada en esa prefectura, nunca podrá ser carne de Kobe.
Wagyu viene a ser para los japoneses como las denominaciones de origen para los españoles, por lo que sólo la carne de ciertas reses autóctonas japonesas reciben ese sello. Y, como hemos dicho, ni siquiera por llevar ese sello son carne de Kobe, porque el criterio para esta carne es aún más estricto (podéis encontrar más información sobre este tema en la página web de Japonismo).
Tras estos comentarios sobre la que algunos consideran «la mejor carne del mundo», tenemos que decir que no hace falta vaciar nuestra cuenta para disfrutar de carne de calidad en Japón. De hecho, la que nosotros probamos ese día tenía una pinta estupenda (se puede ver en la imagen que aparece sobre estas líneas) y era muy tierna.
Con el estómago lleno, nos ponemos de nuevo en marcha. Tokio nos espera, aunque el camino hacia la capital de Japón se hará bastante largo porque, como toda gran ciudad que se precie, nos recibe con grandes atascos en los accesos. Por suerte, como las vacaciones siempre conceden una dosis extra de paciencia, conseguimos llegar a nuestro hotel con la ilusión intacta. Estamos a punto de descubrir una ciudad impresionante que, a priori, impone a todo el que se sumerge en ella. Sin embargo, comprobaremos que eso solo es el principio de lo que será una bonita relación, una relación que contaremos a partir de la próxima parte porque ahora es el momento de dormir… si es que las luces de Tokio nos lo permiten.